El crudo fenómeno del sinhogarismo

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El reconocido sociólogo Zygmunt Bauman (Polonia, 1925) advierte del crecimiento de la desigualdad en un mundo cada vez más globalizado en su obra ‘Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global’. El ‘sinhogarismo’ es el fenómeno más patente de esta cruda reflexión.

El ‘sinhogarismo’ lo componen aquellas personas que no pueden acceder o conservar un alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal. Es decir, personas que “no participan en el modelo de convivencia” que exige todo sistema democrático, apuntilla Jesús Sandín, coordinador de la oenegé Solidarios para el Desarrollo. Dentro de esta realidad hay personas sin techo, sin hogar pero que viven -de forma temporal- en albergues o que malviven en viviendas inseguras (casas okupas) o inadecuadas, como chabolas.

Pero el efecto globalizador del que hablaba el sociólogo polaco no es la única causa para terminar en la calle. Los motivos son varios y diversos. Dificultades económicas, precariedad laboral o paro, problemas de salud mental o ausencia de apoyo social y/o familiar. Sin embargo, al final siempre hay un mismo patrón: “la acumulación de sucesos vitales traumáticos”, sentencia Sandín.

Desde organizaciones como Solidarios para el Desarrollo o la Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral (RAIS Fundación) se promueve la ayuda directa a este colectivo. Con el objetivo final de sacarles de las calles actúan a través de la prevención intentando detectar a estos ciudadanos antes de que lleguen a las calles o justo cuando lleguen; de la incidencia política, denunciando los fallos administrativos, y mediante la construcción de un tejido asociativo para que se revierta la situación y disfruten de un hogar donde puedan “construir un proyecto vital y sostenerlo”.

 

Este último es el más arduo proceso. La Red Municipal de Atención a las Personas Sin Hogar, que debería introducirles en un proceso de reinserción social para que, justo al iniciarlo, dejen de ser personas sin hogar, «solo propone albergues», subraya el coordinador. “Los albergues sirven como emergencia, pero después debe haber un paso más allá y no lo hay”, añade. Al fin y al cabo, los albergues son lugares donde conviven personas desconocidas entre sí con diferentes problemas y personalidades, lo que provoca un nuevo conflicto: las personas sin hogar, en la mayoría de ocasiones, rechaza acudir a estos centros.

Sin embargo, el resultado de esta elección provoca un discurso perverso y criminalizador que responsabiliza a las personas sin hogar de su situación y del deterioro del espacio urbano o de los problemas de convivencia, según las oenegés. “La administración, que al final es igual que la sociedad, tiene un desconocimiento de estas realidades”, señala José Aniorte, gerente de RAIS Fundación en Madrid. “La ciudadanía juzga con el objetivo de que estas personas no estén a la vista”, añade. En definitiva, la sociedad tiende a invisibilizarles.

Otra de las consecuencias de este rechazo es la hostilidad o violencia hacia las personas sin hogar. Aunque el Observatorio Hatento denuncia que España no cuenta con cifras sólidas para conocer la incidencia de delitos de odio contra los ‘sinhogar’, los últimos datos manejados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2012 hablan por sí solos: el 50,6 por ciento de estas personas se han sentido discriminadas y, el 51 por ciento, han sido víctimas de delitos.

Desde las organizaciones también se critica que no hay voluntad política para coordinar a las partes [políticos, comerciantes, asociaciones de vecinos y personas sin hogar], sino que directamente, “las personas sin hogar molestan”, se lamenta Sandín. De esta forma, lo que se busca es justificar el mobiliario hostil que existe en ciudades como Madrid. Este mobiliario, también conocido como ‘arquitectura defensiva”’ se observa en diferentes plazas y calles de la capital.

Las nuevas marquesinas con separadores en los asientos que, aunque se ajustan a la ley existente, calificadas como ‘antimendigos’ en las redes sociales; las tres sillas unipersonales que se hallan en la amplia plaza de Callao o la ausencia de asientos -públicos, que no privados- en la plaza Jacinto Benavente; o la remodelación de la plaza de Soledad Torres Acosta, donde se han eliminado los espacios para que los ‘sinhogar’ puedan descansar, son algunos ejemplos de la capital. Pero también hay otra grave deficiencia, la falta de urinarios públicos: “No solo daña a este colectivo, sino al resto de ciudadanos”, indican desde las organizaciones.

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¿Pero existen soluciones? Desde Solidarios para el Desarrollo proponen tres para acabar con el ‘sinhogarismo’ y la exclusión social. En primer lugar, concienciar a la ciudadanía para que no vean a estas personas como las culpables de su situación, sino como víctimas. En segundo, la prevención señala anteriormente. Y, finalmente, permitir a estos individuos el acceso al trabajo y a la vivienda.

Con respecto al acceso a la vivienda, RAIS Fundación propone un modelo eficaz para que estas personas dejen las calles: el modelo ‘Housing First’. A través del proyecto HÁBITAT, la organización hace posible que individuos con un perfil más desestructurado (es decir, que llevan más tiempo en la calle y sufran problemas de salud mental, adicciones o discapacidad) tengan directamente una vivienda, un alojamiento. “El único requisito es que abran la puerta al educador social una vez a la semana”, indica Pepe Aniorte.

Esta iniciativa, que se financia través de la casilla -opcional- del 0,7 por ciento que incluyen todas las declaraciones de la Renta, comenzó a desarrollarse en agosto de 2014 y es pionera en España, con ocho casas en Málaga y diez en Madrid y Barcelona. La idea principal, y última, es que las personas sin hogar adquieran una mayor estabilidad tras una exclusión social extrema.

El castigo que sufrió Sísifo al tener que llevar, una y otra vez, una piedra hasta la cima de la montaña para que, antes de culminarla, la piedra volviese a rodar hacia abajo, sirve de analogía para comprender los esfuerzos de estas organizaciones para sacar de las calles a las personas sin hogar. Aun así, los progresos “radicales” del modelo ‘Housing First’, según Aniorte, invitan a pensar que no todo está perdido, y que estas personas sí pueden ser capaces de salir de una situación indigna.

 

El bitcoin, la nueva moneda virtual

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Información publicada el 4 de febrero de 2015 en Al Cabo de la Calle

Aunque el dinero en metálico y las tarjetas de crédito mantienen su primacía en la compraventa de productos, una nueva divisa virtual viene pisando fuerte y llamando a la puerta de los mercados: el bitcoin. Con más ventajas que riesgos, espera facilitar las operaciones de comerciantes y consumidores frente a los medios de pago actuales

¿Se imaginan poder pagar a través del teléfono móvil o del ordenador sin tener que utilizar la tarjeta de crédito? ¿O conciben la idea de que una moneda , a diferencia del euro o el dólar, no esté sujeta a ningún gobierno o banco central? Si la respuesta es no, deberían empezar a hacerlo. El bitcoin es una nueva moneda virtual que permite transferir cualquier cantidad de riqueza de forma instantánea a cualquier persona desde y hacia cualquier lugar y en cualquier momento sin pagar tasas abusivas, como explican desde la web de Bitcoin en España.

Para poder utilizarla, el usuario deberá abrir primero un ‘monedero’ en las diferentes plataformas virtuales existentes; y después, o bien trabajar para estas empresas (evitando que se produzcan transacciones fraudulentas y validando otras) o, la forma más utilizada, cambiando las divisas tradicionales (en nuestro caso, el euro) por bitcoins. A partir de ese momento, el consumidor podrá pagar en los comercios (que acepten esta moneda virtual) con solo hacer la transferencia desde el móvil o la tablet y sin necesidad de sacar tarjeta o dinero en metálico alguno.

Pero a pesar de nacer en 2009, ya sea por falta de conocimiento o por miedo, esta divisa no ha comenzado a ser conocida hasta hace bien poco. Y eso que ofrece ventajas con respecto al papel-moneda. Las más destacadas son: la descentralización al no estar supervisada por bancos centrales, el uso libre y gratuito de las plataformas bitcoin o la seguridad al realizar las operaciones (si una persona pierde el dispositivo con el que se gestionan los bitcoins, éstos no se podrán mover hasta encontrar la copia seguridad de la clave privada de la que disponen todas las plataformas virtuales), como explica Pedro Franco en su libro ‘Entendiendo Bitcoin: Criptografía, Ingeniería y Economía’. Otra ventaja es el bajo precio de comisiones y tasas que se cobran.

No obstante, el uso de esta moneda también conlleva posibles riesgos. Desde Abanlex Abogados, empresa especializada en Tecnología y que utiliza bitcoins desde 2011, advierten de que su precio es inestable -volátil- y, por lo tanto, impredecible. Además, recuerdan que las facturas deben llevar el IVA (Impuesto sobre el Valor Añadido) incluido, “como las de toda la vida”.

La Calle Bitcoin

En la capital se pueden encontrar hasta 59 establecimientos que utilizan esta particular moneda virtual. Desde bares y restaurantes hasta empresas informáticas. Pero de todos ellos, son 20 los comercios que destacan por encima del resto. Situados entre las calles Serrano y Alcalá, forman parte del proyecto ‘La Calle Bitcoin’, inaugurado el pasado mes de octubre.

Esta original iniciativa, que está patrocinada por empresas que utilizan tal divisa, como BitcoinSpain o Coinbase, nació con la idea de impulsar el uso del bitcoin y permitir a los madrileños (y al resto de usuarios que quieran) pagar fácilmente a partir de los dispositivos móviles. Así, adquirir un menú en el restaurante Do-Eat, que solo acepta dinero bitcoin, o comprar un servicio médico (con el ginecólogo Emilio Santos) o de abogacía (con F&J Martín Abogados) es posible en tan solo unos segundos, y sin sacar la billetera o la tarjeta.

Pero dentro de este proyecto destaca, por encima del resto, la originalidad del ABC Serrano. En su interior cuenta con un cajero propio para introducir billetes y convertirlos en bitcoin que llegan directamente al dispositivo móvil para que el consumidor pague con él en las diferentes tiendas -de lujo- del centro comercial.

Con todo ello, el bitcoin tiende a progresar en el mundo financiero. Sin bancos centrales que deciden por las personas y sin preocuparse de llevar dinero encima, esta moneda virtual representa la innovación. Aun así, lo nuevo puede generar rechazo frente a lo tradicional. Sin embargo, ¿no es momento de abrirse al cambio y dejar atrás lo habitual?

Los asalariados y las familias, grandes beneficiados por la reforma fiscal

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Información publicada el 8 de enero de 2015 en el periódico Al Cabo de la Calle

El año -electoral- viene cargado de cambios fiscales en nuestro país. La nueva reforma fiscal, una de las medidas ‘estrella’ del Gobierno, trae consigo la reducción del Impuesto de la Renta o el aumento de los mínimos exentos para cada contribuyente, entre otras decisiones; pero también, una menor rentabilidad a la hora de alquilar un piso (para inquilinos y propietarios) o la eliminación de bonificaciones a la hora de vender una casa.

El Ejecutivo ha modificado, y reducido, los tramos y tipos del IRPF. Aun así, este descenso depende de cómo apliquen la medida las autonomías, *ya que el IRPF está cedido en un 50% a las CCAA*. En el caso de Madrid, Ignacio González ha aplicado un tipo mínimo del 19,5% *(resultado de sumar el 10% estatal y el 9,5% autonómico)* y un tipo máximo del 44,5% *(23,5% estatal y 21% autonómico)*, el más bajo de España. Esto significa que, por ejemplo, un asalariado que gane 15.000 euros pagará un 12,8% más por el Impuesto de la Renta en Cataluña que en Madrid.

La otra gran apuesta del Gobierno es la ayuda a las familias. Además de subir el mínimo exento de impuestos por contribuyente (de los 5.151 euros actuales a 5.550), aumenta los ingresos exentos de tributación por hijos (el primero generará un mínimo de 2.400 euros, 564 más que en 2014), por hijos menores de tres años (de 2.244 a 2.800 euros este año) y por discapacidad. Igualmente, amplía el ‘impuesto negativo’, *que se asemeja a un abono anticipado*, que permitirá a las familias numerosas o con discapacitados a su cargo beneficiarse de, mínimo, 100 euros al mes.

VENTA Y ALQUILER DE PISOS

Si una persona vende una vivienda y logra una plusvalía, aunque debe tributar por ella en el Impuesto de la Renta, cuenta con dos bonificaciones (el coeficiente de actualización y el de abatimiento). Con la reforma, el primero desaparece y, el segundo, se limita, por lo que tendrá que pagar más impuestos por la plusvalía.

Por otra parte, alquilar un piso tampoco será rentable ni para inquilinos -desaparece la deducción por arrendimiento de vivienda habitual para aquellos con una renta menor a 24.107 euros- ni para los ‘caseros’, *puesto que se reduce el importe de la deducción en el IRPF al 60% de las rentas obtenidas.*

AUTÓNOMOS Y EMPRESAS

Los autónomos y las empresas también están de enhorabuena. Para los primeros, las retenciones que se aplican a su facturación pasarán del 21% actual al 19% en 2015, y al 18% para el año 2016. Aun así, ello no compensa la subida que realizó el gobierno en 2012, cuando aumentó las retenciones de un 15 a un 21%. Para las empresas habrá una bajada del Impuesto de Sociedades. Del 30% se pasará al 28% en 2015 (la bajada será al 25% en 2016).

CONGELACIÓN TARIFAS Y TARIFA DEL AGUA EN LA COMUNIDAD DE MADRID

La Comunidad de Madrid también promueve cambios en determinados ámbitos económicos para este 2015. De esta manera, se reducirá un 0,1% la tarifa del agua de la región a propuesta del Canal de Isabel II. Esta bajada del precio, que se realiza por segundo año consecutivo, afecta a los 6,5 millones de personas que se abastece del Canal.

Además, el presidente, Ignacio González, anunció otras medidas como la congelación: del precio de los billetes de metro; de las tasas universitarias, de escuelas infantiles y de idiomas; los precios de las escuelas de arte y música; y las tarifas interurbanas de taxis.

La revancha de Dios, de Gilles Kepel

La revancha de Dios (Gilles Kepel, 1991) analiza los fundamentos ideológicos y los métodos de actuación -ya sean “desde arriba”, echando raíces dentro del poder, o “desde abajo”, transformando la conciencia social- de los movimientos político-religiosos que surgen a partir de la década de los setenta en tres religiones monoteístas como el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Las explicaciones teóricas profundas que utiliza el autor francés, junto a la descripción de ejemplos reales y necesarios para fundamentar sus observaciones, permiten exponer con acierto el surgimiento, el auge y los intereses particulares de los diferentes grupos integristas religiosos.

Como explica en la introducción, hay tres momentos donde “se produce un vuelco dentro del judaísmo, el cristianismo y el islamismo, respectivamente”. En 1977, Menachem Begin se convierte en el primer presidente israelí no laborista; en 1978, el anunciamiento del cardenal polaco Karol Wotjyla como papa, pone en valor “los grupos carismáticos que se habían ido desarrollando en el catolicismo”; y, finalmente, en 1979 la revolución iraní y el ataque a la Gran Mezquita de La Meca -contra el control de la dinastía saudí-, responden a este cambio drástico acaecido dentro del orden social.

Pero tales momentos no dejan de ser efectos de estrategias y propósitos. A lo largo de 280 páginas, Kepel interpreta cómo los movimientos “comunitaristas” de las tres religiones logran su objetivo: la ruptura con el orden establecido, superando una modernidad fallida a la que se le atribuyen los fracasos y las frustaciones provenientes del alejamiento de Dios. Es por ello que tales grupos fundamentalistas surgen cuando caen “las certezas nacidas de los avances que la ciencia y la técnica habían hecho a partir de los años cincuenta” y cuando el comunismo entra en agonía, elaborando “proyectos de transformación que amolden el orden social a los preceptos o valores de la Biblia, el Corán o los Evangelios”.

Los une, así, la descalificación de lo laico, cuyo origen se encuentra en la Ilustración y la Revolución Francesa. Pero más allá de combatir el laicismo reduciendo su espacio político y social, los proyectos, entre los que se articulan la inserción social y los objetivos políticos, “divergen hasta hacerse profundamente antagónicos”. Con el objetivo de acabar con la organización jurídica de la sociedad laica, las diferencias se hacen evidentes entre islamismo, cristianismo y judaísmo. Los éxitos y los fracasos de las revoluciones “desde arriba” o “desde abajo”; la aceptación o no del espacio democrático; la sociedad a la que se dirige el mensaje fundamentalista o el uso de la violencia son algunos de los antagonismos. Y esto lo desarrolla explicando, religión por religión,  los numerosos grupos que, con su mensaje, pretendieron cambiar el rumbo de los acontecimientos.

En primer lugar, analiza los movimientos de reislamización. Éstos comienzan a desarrollarse cuando los Estados árabes logran la independencia, en los años cincuenta. Aun así, no será hasta la década de los setenta cuando se produzca su apogeo. Hasta ese momento, la represión que infringe el presidente Nasser en Egipto sobre los Hermanos Musulmanes y el predominio de los grupos de inspiración marxista mantienen la ruptura islamista en un segundo plano. Será a partir de 1967 cuando la sociedad deje de identificarse con los Jefes de Estado y lo haga con el pueblo palestino en su lucha contra Israel.

Se inicia una década revolucionaria a partir de las tesis de Sayid Qutb en la que se crean redes de solidaridad (a partir de la crisis del petróleo de 1973) y se accede a la educación -la Universidad- para atraer a una sociedad más formada que ponga “en práctica la división entre “creyentes verdaderos” y la sociedad impía o yahiliya”. Sin embargo, esta revolución islámica también presenta sus diferencias. La singularidad de la revolución chií en Irán, gracias a la alianza entre el clero influido por Jomeini y las élites islamistas frustradas en su ascenso social, se comprende en un movimiento de reislamización “desde arriba”; en el islam suní, todos los movimientos “desde arriba” acabarían en fracaso.

La reislamización “desde abajo” sería la forma utilizada por los suníes (o sunitas). El ejemplo de el Tabligh, una organización pietista nacida en la India en 1927, serviría para “reconstruir la identidad en un mundo indescifrable, desestructurado, alienante”. Hamas, que propicia una “nueva forma de sociabilidad fundada en la ayuda y los lazos caritativos”, y el Frente Islámico de Salvación (FIS) en Argelia, que logra la victoria electoral en 1990, sirven como oportunos prototipos. No obstante, la revolución no solo se produce en el ámbito más local, pues se conquistan los espacios musulmanes en Europa. Gran Bretaña y Francia, con los ejemplos del voto musulmán y el velo islámico respectivamente, son los dos casos donde las asociaciones islamistas combaten por proclamar su “comunitarismo” y tratar de diferenciarse del “Occidente depravado”.

Posteriormente detalla la “reafirmación de los valores y la identidad católicos”, donde el método más común es la presión sobre el poder político -”desde arriba”- para combatir el laicismo. Pero, a diferencia del mundo islámico, la cultura democrática impide conquistar la “representación dominante de la sociedad civil”. Esto hace que el propósito principal sea el retorno del catolicismo “a la esfera del derecho público” después de vencer a un humanismo secular nacido durante la época iluminista, la Ilustración. De esta manera, tras el Concilio Vaticano II de 1962, que pretendía modernizar el cristianismo, los integristas católicos cambian misión y visión. No se debe modernizar la religión: se debe cristianizar la modernidad. Los ejemplos, europeos y norteamericanos, que propone Kepel dan fe del cambio de paradigma.

Del continente europeo profundiza en las experiencias de Comunión y Liberación en Italia, del modelo polaco o del contramodelo checo. La primera, que hunde sus raíces en los años cincuenta, considera que la Iglesia como institución se ha convertido “en una caja vacía”. Mientras alienta la realización intelectual y social de sus miembros, aspira a un tripe objetivo: redefinir el papel de la cultura cristiana, practicar la caridad en las áreas pobres y enviar adeptos a otros lugares para predicar el mensaje. Lo hará “desde abajo”, a través de la Compañía de las Obras, pero también “desde arriba”, aunque esta última acabará en fracaso.

Por su parte, los casos polaco y checo sirven para explicar los antagonismos dentro de una cultura democrática. Si bien Polonia se convierte en el laboratorio de la cristianización con un procesos “desde abajo” y “desde arriba”, éste promulgado por el movimiento Oasis, con cierto éxito entre la sociedad civil, en Checoslovaquia, “las convicciones democráticas de los católicos de Bohemia pesaron más que su identidad confesional” obligaron a los integristas católicos a construir una alternativa con el único objetivo de crear una sociedad de fundamento católico.

En Estados Unidos, la recristianización se hizo, como explica el autor francés, de una forma peculiar: con el televangelismo como fenómeno social. El rechazo “a los valores seculares” y el anhelo de un cambio “de la ética social” provocaron que predicadores como Jerry Falwell (con su movimiento Mayoría Moral), Oral Roberts o Pat Robertson se convirtiesen en ‘estrellas’ de la evangelización de masas. El mensaje pesimista caló en la población, entre la que se encontraban personas de clase media e, incluso, intelectuales. Esto se debe a que, para dar el paso hacia la política, era necesario que las jóvenes generaciones evangélicas tuvieran una educación universitaria notable. Pero a pesar de gobernar Jimmy Carter y Ronald Reagan, dos presidentes abiertamente católicos, los fundamentalistas no tuvieron una gran influencia, por lo que volvieron a actuar “desde abajo” para difundir su mensaje ético y social.

Finalmente Kepel introduce el “fundamentalismo judío” y su retorno al judaísmo. Los años sesenta son la genésis ideológica de los movimientos de reafirmación religiosa. La incidencia del nacionalismo sionista y la lucha izquierdista quedan eclipsadas por el “sionismo religioso”; sobre todo, después de la victoria en 1967 sobre el mundo árabe y tras los atentados de Münich de 1972. Primero, el movimiento Gush Emunim (1974-1984) será el catalizador de ese cambio a partir de una presión directa sobre el poder para la rejudaización “desde arriba”. Aun así, en la década de los ochenta, el tránsito al terrorismo frena su incidencia sobre la sociedad y el poder político. Esta desaprobación de la violencia con el fin de “precipitar la transformación del Estado” obligará, por ello, a los militantes del Gush a adoptar técnicas rejudaizantes “desde abajo”.

El paso de la Época de las Luces -la Haskalá- al arrepentimiento -la teshuvá-, tendrá más actores dentro del mundo judío. Los ortodoxos, conocidos como los jaredim, practicarán una estrategia “desde abajo” -ya desde los primeros años de siglo, con el movimiento Agudat Israel- que les permitirá, en los años noventa (y actualmente), ejercer una influencia determinante en el Estado de Israel, a pesar de las discrepancias internas entre askenazíes y sefardíes que señala el autor. Asimismo, los movimientos hasidistas -que pretenden regenerar el vínculo de los judíos con la Ley y la doctrina- como los lubavich o el Tabligh también permitirán a los sionistas una mayor influencia tanto política como social.

Con todo ello, La revancha de Dios es un ensayo que permite conocer y profundizar en los grupos integristas y “comunitaristas” de las tres religiones que, durante el último cuarto de siglo XX, quisieron cambiar la percepción -y la misión y la visión- religiosa de las sociedades, tanto desde el poder como desde la Universidad o las asociaciones vecinales y eclesiásticas. Con sus particularidades, diferencias y semejanzas, Gilles Kepel ofrece un estudio muy cuidado y documentado del nacimiento y apogeo de estos grupos reislamizadores, recristianizadores y rejudaizadores.

Con una estructura interna simple y sencilla -antecedentes, nacimiento grupos integritas, momento del auge y análisis-, cumple el objetivo de ofrecer, de forma bastante adecuada, el sentido y significación de la obra. No obstante, más allá de ello, también penetra en su lógica de pensamiento y actuación (la de los grupos comunitaristas) a través de los ejemplos desarrollados durante el libro, lo que hace de él un vigoroso, pero profundo, compendio del nacimiento de estos grupos en el siglo XX.

Y a pesar de las críticas recibidas en su momento (salió a la venta días antes de iniciarse la Guerra del Golfo) por un fallido análisis del fundamentalismo religioso, el libro de Kepel es esencial para observar el pensamiento integrista del momento y que, en la actualidad, todavía mantiene sus influencias arraigadas en las sociedades, sobre todo judía (los ultraortodoxos siguen teniendo un gran poder) e islamista (el islam ha sumado millones de adeptos en el norte de África y Oriente Medio, aunque, en los últimos años, el fundamentalismo ha derivado en violencia). Una obra necesaria, en definitiva.

El naufragio de la libertad en Libia

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La tiranía gadafista se esfumó con la muerte del hombre que promovió la yamahiriya -basada en el Estado del bienestar y en la democracia directa- como ideología, pero que gobernó con puño de hierro Libia durante cuarenta años. Sin embargo, la revolución, iniciada el 17 de febrero de 2011, que acabó con Gadafi, ha dado paso a un Estado anárquico, inestable y caótico. Dos gobiernos, en Trípoli y Tobruk, se disputan la supremacía política, mientras que las milicias armadas -alineadas con los distintos gobiernos-, se disputan la militar. Por su parte, la nula capacidad de actuación de la Comunidad Internacional ha facilitado que los grupos yihadistas se asienten en el este y sur del país. La resolución pacífica del conflicto se asemeja, así, utópica.

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Imagen de una ciudad libia durante la revolución. Imagen Creative Commons (Flickr)

Dos gobiernos y dos parlamentos desgobiernan Libia. Uno en Trípoli, donde se encuentran los islamistas con al Hasi al frente, y otro en Tobruk, donde se reúne el gobierno prooccidental que ganó las últimas elecciones y que tiene en al Thini a su primer ministro. Esta es la confusa situación política que vive el país en la actualidad. Al fin y al cabo, “los intereses se encuentran en el ámbito económico”, recuerdan las periodistas Beatriz Mesa (El Periódico de Catalunya y Cadena COPE) y Carla Fibla (Cadena Ser).

La revolución del 17 de febrero, que se produjo tras las muertes provocadas por la policía dos días antes en una manifestación por la detención del reconocido abogado Fathi Terbil, ha degenerado en el caos. Múltiples actores confluyen para perseguir y proteger sus propios fines -uno de ellos, el control de los puertos petroleros- tras la muerte de Muamar el Gadafi. “La sociedad es moderada [ideológicamente], pero hay una cultura islamista que se pretende aprovechar de los sentimientos religiosos para objetivos políticos, porque se debe diferenciar el islam como religión y el islamismo político”, afirma el Embajador de Libia en España, Mohamed Alfaqeeh Saleh.

Desde que el dictador fuera asesinado el 20 de octubre de 2011, la inestabilidad se ha acrecentado hasta llegar a una situación actual insostenible. Ese instante, esos dos disparos, en el estómago y en la sien, que acabaron con la vida de Gadafi dio paso a la actuación del Consejo Nacional de Transición (CNT), que ya venía trabajando desde el 26 de febrero, como destaca el profesor Ignacio Gutiérrez de Terán. Aunque la Comunidad Internacional salió “demasiado pronto”, según Alfaqeeh Saleh, el CNT diseño una hoja de ruta para llevar la democracia a Libia. Pese a ello, comenzaron a surgir nuevos protagonistas -o viejos con ideas renovadoras- para alcanzar el poder.

La transición propuesta por el CNT chocó con la realidad: Libia seguía secuestrada por cientos de milicias que habían combatido la dictadura pero que, posteriormente, no habían devuelto las armas. Es en esos momentos cuando las milicias como las de Zintán o Misrata comienzan a cometer ciertos abusos que los políticos se ven incapaces de controlar. Así, la llegada de las primeras elecciones para elegir un nuevo Parlamento -el Congreso Nacional General (CNG)- en más de sesenta años no trajo estabilidad, sino todo lo contario. La parte de la Cirenaica -la región este del país, que cuenta con la mayor parte de las reservas de petróleo de Libia- comenzaba a protestar por su, todavía, desigual trato político con respecto a la Tripolitania -la parte oeste; la parte preferida por Gadafi-. La fragmentación del país comenzaba a ser una posibilidad.

A la inseguridad social se le sumó, en el periodo entre julio de 2012 y junio de 2014, la inestabilidad política-militar. El Gobierno se resquebrajaba por dentro y se mostraba débil frente a la creciente violencia política, la consolidación de las milicias y el auge del islamismo más radical. Sin embargo, para el Embajador libio, el caos fue provocado por grupos como los Hermanos Musulmanes y otros grupos salafistas, que “dieron armas a las milicias” e hicieron todo lo posible para que “la democracia, el consenso no llegase al país”. Un ejemplo de ello se produjo en septiembre de 2012 cuando el grupo yihadista Ansar al Sharia’a se responsabilizó -con orgullo- del asesinato en Bengasi del embajador norteamericano, Christopher Stevens.

El vacío de poder ya era evidente tras la desintegración del Ejército libio, pero la inconsistencia del Congreso Nacional General con hasta cuatro primeros ministros (Abu Shagur, Alí Zidan, Al Thini y Ahmed Miitig) en apenas dos años, permitió la anarquía. Para Rosa Meneses (El Mundo), estos cambios de gobierno se debieron a “la ausencia de instituciones del Estado, la falta de experiencia política (Gadafi gobernaba por personalismo junto a su clan) y las rivalidades tribales y geográficas que comenzaron a surgir tras la caída del régimen”. Es por ello que, apenas dos años después de la muerte del dictador. en octubre de 2013, Libia era un país donde las decisiones -importantes- las tomaban las milicias y donde los rebeldes tenían bajo su mando los principales puertos del país. Y a pesar de que fuese un caos organizado, como señala Carla Fibla, los problemas en seguridad, educación, salud, vivienda e infraestructuras eran abundantes.

A la crisis institucional se sumó, el pasado mes de mayo, el frustrado intento de golpe de Estado protagonizado por el general Hifter para acabar “con la violencia descontrolada” mediante, la que llamó, Operación Dignidad. Este general, cercano a EEUU, según destaca el analista Núñez Villaverde para el Real Instituto Elcano, podía llegar a frenar la caída de Libia hacia el abismo. Pero no fue así: la Comunidad Internacional apostó por el diálogo y no por Hifter. Además, los libios tampoco querían un nuevo régimen personalista: “Después de haber salido de la dictadura gadafista, los libios no querían entrar en otro régimen personalista. [Aun así] Hifter tampoco tenía entonces tanto poder como para hacer con él”, indica, de nuevo, Rosa Meneses.

La situación pasó a ser explosiva y de descontrol, también tras el fallo del Tribunal Supremo que declaraba el último gobierno, el de Ahmed Miitig, inconstitucional. Nuevas elecciones estaban a la vuelta de la esquina y poner fin al desorden y a la inseguridad eran los objetivos de los distintos grupos políticos. El propio gobierno, justo antes de los comicios, llegó a un acuerdo con los rebeldes para recuperar dos puertos para que el petróleo volviese a fluir. Sin embargo, las guerras entre las milicias de Zintán y Misrata no se interrumpían y los yihadistas tomaban la principal base militar en Bengasi. El curso de los acontecimientos tornaba, de nuevo, dramático. No ayudó tampoco la escasa participación -en torno al 40%- de la ciudadanía. Para Beatriz Mesa, el proceso electoral es un proceso que “llevará décadas”, puesto que los libios no han tenido tradición democrática reciente, tras la ocupación colonial, el régimen de Idris y tras más de cuarenta años del régimen de la yamahiriya de Gadafi.

Pero pese a la desafección ciudadana, pocos analistas internacionales preveían el devenir de los acontecimientos posteriores. Los motivos mercantiles -controlar las principales riquezas, petróleo y gas-, mucho más fundamentales que los motivos ideológicos, llevaron a los rebeldes islamistas a actuar. Primero, no dejando reunirse en Trípoli al gobierno naciente de las segundas elecciones, el gobierno de al Thini, y provocando su huida a la ciudad de Tobruk; y, segundo, creando un gobierno y un Parlamento propio en la capital a través de la Operación Dignidad. Esto, por su parte, provocó el recrudecimiento de la violencia (y la reducción de la recuperación del petróleo) entre islamistas (milicianos de Misrata) y prooccidentales (milicianos de Zintán y hombres del general Hifter) que hoy siguen batallando por el control de diferentes puntos estratégicos.

Así, con dos gobiernos y dos Parlamentos, el Tribunal Supremo debía fallar sobre la constitucionalidad del gobierno elegido en las elecciones de junio y reconocido por la Comunidad Internacional. Y el Tribunal sentenció que el gobierno de al Thini había violado la Constitución al no celebrar su ceremonia de investidura en la capital ni mantener reuniones en la Cámara de Bengasi, dando la razón a las agrupaciones islamistas. Esta decisión, para el Embajador Alfaqeeh Saleh, respondió a “una clara influencia de los islamistas”. Y, con determinación, afirma que el dictamen final “está por ver”.

Por lo tanto, en la actualidad el consenso político es, prácticamente, impensable. La falta de apoyo internacional, el apogeo de los movimientos yihadistas y salafistas en el este y el sur del país y los continuos ataques entre milicias engendrar una parálisis interno díficil de resolver. “Un dique que está bien construido no deja pasar el agua; un dique mal construido permite filtrar todo el agua”, sentencia el Embajador para definir el momento presente en Libia.

¿Y el futuro a corto plazo? Como señala Carla Fibla, se pueden dar dos casos: la partición del país o el improbable consenso político-económico. Pero Alfaqeeh Saleh añade un tercero: la intervención militar internacional. “Lo que se vive en Libia puede producirse en otros países de alrededor, y eso es perjudicial para los intereses europeos”. No obstante, esto no evita que el futuro sea incierto. Incierto y peligroso para una sociedad valiente, pero cada vez menos esperanzada en un próspero porvenir.