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El Auditorio del CaixaForum Madrid (Paseo del Prado, 36) acogió el martes 25 de septiembre, desde las 19:00 hasta las 20:30, un debate sobre el conflicto ucraniano organizado por el diario El País y el European Council of Foreign Relations (ECFR). En el debate, moderado por el redactor jefe de Internacional de El País, Andrea Rizzi, intervinieron Andrei Makarychev, profesor del centro UE-Rusia de la Universidad de Tartu, Kadri Liik, jefa del programa Wider Europe, Andrew Wilson, miembro del ECFR, Carmen Claudín, Investigadora Asociada del Centre, y por último, Francisco de Borja Lasheras, miembro del ECFR Madrid.
Andrea Rizzi se encargó de inaugurar el evento con una frase lapidaria: «En 1989, Polonia, Bielorrusia y Ucrania tenían la misma esperanza de vida; en 2012, Polonia ha subido siete puntos, mientras que Bielorrusia y Ucrania se han mantenido». Un dato tan claro como negativo para los dos países exsoviéticos. A partir de ese momento, rienda suelta a los cinco analistas europeos.
Kadri Liik, primera en intervenir, destacó la estrategia de la Unión Europea para «propagar los estándares de democracia en Ucrania». Un hecho, que según la diplomática, era un deseo de Ucrania desde hacía tiempo, pero que «las negociaciones entre Ucrania y Rusia lo complicaron». También se refirió a los «fallos desde el punto de vista técnico, pero no desde el estratégico» de la Unión Europea con respecto al conflicto, y a la visión rusa, que «ve las cosas en una realidad paralela, como en 1990».
El objetivo ruso es influenciar en el este de Europa para que no llegue la democracia, puesto que los oligarcas rusas «piensan en otros estándares». Eso crea un dilema para los políticos europeos que, desde unos principios realistas, deben elegir sus alianzas y no es fácil implantar la democracia. A ello se le añade que «a algunos países les cuesta escapar de la esfera soviética».
Más tarde, Andrei Markaychev subrayó el golpe de efecto de Ucrania con la anexión de Crimea, un hecho que consideró «inesperado». Esto se debe en parte, según Markaychev, a los inicios prooccidentales de Putin, como los intentos de acercamiento a la OTAN, que «muchos todavía se creen». Pero estos cambios en la mentalidad política en el Kremlin,en general, y en Putin en particular, son «frecuentes», como destaca Marco Cilento en su libro Democrazia (in)evitabile.
Es por ello que, el profesor de la Universidad de Tartu, considera que Rusia «tiene un plan» y no son solo reacciones espontáneas. Rusia «reconsidera la URSS, volver a 1991 como una demostración pública de autoridad a partir de su poder militar». Una afirmación que puede resultar descabellada pero que no lo es, como también señala Michael T. Klare en su libro Sangre y petróleo. Peligros y consecuencias de la dependencia del crudo, cuando habla de la necesidad expansiva de Rusia hacia el Cáucaso y Asia Central (Kazajistán, Uzbekistáno Kirguistán).
Andrew Wilson, por su parte, señaló la «importancia de las fronteras», como se puede ver en regiones del este de Ucrania con la región del Donbass. Pero, sobre todo, habla del alto el fuego, del futuro. Un futuro que conllevará un recrudecimiento de la campaña, puesto que «no va a ser interrumpida, por los problemas energéticos, y que recrudecerá en primavera». También es pesimista en cuanto a posibles reformas: «Ya han habido dos revoluciones -2004 y 2013- y las dos han fracasado». Aun así, cree que la población ucraniana «es fuerte».
Posteriormente, Carmen Claudín ofreció su punto de vista sobre la desinformación de los medios de comunicación rusos sobre su población, fundamentado en tres aspectos: un único mensaje de que la población ucraniana quiere anexionarse (sin llegar su voluntad de adhesión a la UE); el peligro para la minoría rusa en Ucrania; y, en tercer lugar, que el levantamiento contra el expresidente Yanukovich fue obra, única y exclusivamente, de fascistas y extremistas con una mano detrás, la UE.
El tema de las minorías rusas en otros países es clave para la investigadora española. «El uso de las minorías rusas siempre ha sido considerado por el Kremlin». Para Carmen, los entre 20 y 25 millones de rusos que viven fuera de sus fronteras, «son patriotas que, potencialmente, son ciudadanos rusos, y la Defensa está a su disposición por si necesitan ayuda en otro territorio». A pesar de ello, y ante la pregunta posterior de un asistente, no cree que Rusia «actúe a corto plazo» en países como Moldavia o Georgia, donde hay una gran cantidad de rusos, como es el caso de Trasnistria, porque «ya están teniendo bastantes problemas en el este de Ucrania».
Francisco de Borja fue el último analista en intervenir. En su participación, definió la la psique española sobre el conflicto ucraniano. «España refleja muy bien el miedo europeo con la crisis ucraniana». Además, «los españoles lo comparamos siempre con el ámbito doméstico». Se refirió, por ello, al cambio de posición del ‘establishment’ español desde los años setenta, «de defensa de la democracia», a hoy día, «más cerca de los Grandes Poderes».
El integrante del ECFR de Madrid diferenció y comparó las cuatro facciones en las que se divide el ‘establishment’ español con respecto al conflicto: los comprensivos, que «creen que Rusia tiene razón y la culpa es de la UE»; los equilibrados, que apoyan a la UE desde «una perspectiva crítica» y optan por mantener la confianza con Putin, «aunque con sanciones»; los Pro-Maidán, «escasos en España, que hablan de la «europeización del este»; y los Líneas Rojas, que señalan la debilidad occidental, por culpa de Obama, y se centran en la necesidad de «establecer líneas rojas».
Finalmente, las intervenciones del primer secretario de la Embajada rusa, que destacó su secundó «al presidente Poroshenko por sus últimas decisiones políticas» y alabó la acción rusa al «apoyar la ayuda humanitaria, algo en lo que la Comunidad Internacional no presta tanta atención», y del Embajador ucraniano.