La revancha de Dios (Gilles Kepel, 1991) analiza los fundamentos ideológicos y los métodos de actuación -ya sean “desde arriba”, echando raíces dentro del poder, o “desde abajo”, transformando la conciencia social- de los movimientos político-religiosos que surgen a partir de la década de los setenta en tres religiones monoteístas como el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Las explicaciones teóricas profundas que utiliza el autor francés, junto a la descripción de ejemplos reales y necesarios para fundamentar sus observaciones, permiten exponer con acierto el surgimiento, el auge y los intereses particulares de los diferentes grupos integristas religiosos.

Como explica en la introducción, hay tres momentos donde “se produce un vuelco dentro del judaísmo, el cristianismo y el islamismo, respectivamente”. En 1977, Menachem Begin se convierte en el primer presidente israelí no laborista; en 1978, el anunciamiento del cardenal polaco Karol Wotjyla como papa, pone en valor “los grupos carismáticos que se habían ido desarrollando en el catolicismo”; y, finalmente, en 1979 la revolución iraní y el ataque a la Gran Mezquita de La Meca -contra el control de la dinastía saudí-, responden a este cambio drástico acaecido dentro del orden social.

Pero tales momentos no dejan de ser efectos de estrategias y propósitos. A lo largo de 280 páginas, Kepel interpreta cómo los movimientos “comunitaristas” de las tres religiones logran su objetivo: la ruptura con el orden establecido, superando una modernidad fallida a la que se le atribuyen los fracasos y las frustaciones provenientes del alejamiento de Dios. Es por ello que tales grupos fundamentalistas surgen cuando caen “las certezas nacidas de los avances que la ciencia y la técnica habían hecho a partir de los años cincuenta” y cuando el comunismo entra en agonía, elaborando “proyectos de transformación que amolden el orden social a los preceptos o valores de la Biblia, el Corán o los Evangelios”.

Los une, así, la descalificación de lo laico, cuyo origen se encuentra en la Ilustración y la Revolución Francesa. Pero más allá de combatir el laicismo reduciendo su espacio político y social, los proyectos, entre los que se articulan la inserción social y los objetivos políticos, “divergen hasta hacerse profundamente antagónicos”. Con el objetivo de acabar con la organización jurídica de la sociedad laica, las diferencias se hacen evidentes entre islamismo, cristianismo y judaísmo. Los éxitos y los fracasos de las revoluciones “desde arriba” o “desde abajo”; la aceptación o no del espacio democrático; la sociedad a la que se dirige el mensaje fundamentalista o el uso de la violencia son algunos de los antagonismos. Y esto lo desarrolla explicando, religión por religión,  los numerosos grupos que, con su mensaje, pretendieron cambiar el rumbo de los acontecimientos.

En primer lugar, analiza los movimientos de reislamización. Éstos comienzan a desarrollarse cuando los Estados árabes logran la independencia, en los años cincuenta. Aun así, no será hasta la década de los setenta cuando se produzca su apogeo. Hasta ese momento, la represión que infringe el presidente Nasser en Egipto sobre los Hermanos Musulmanes y el predominio de los grupos de inspiración marxista mantienen la ruptura islamista en un segundo plano. Será a partir de 1967 cuando la sociedad deje de identificarse con los Jefes de Estado y lo haga con el pueblo palestino en su lucha contra Israel.

Se inicia una década revolucionaria a partir de las tesis de Sayid Qutb en la que se crean redes de solidaridad (a partir de la crisis del petróleo de 1973) y se accede a la educación -la Universidad- para atraer a una sociedad más formada que ponga “en práctica la división entre “creyentes verdaderos” y la sociedad impía o yahiliya”. Sin embargo, esta revolución islámica también presenta sus diferencias. La singularidad de la revolución chií en Irán, gracias a la alianza entre el clero influido por Jomeini y las élites islamistas frustradas en su ascenso social, se comprende en un movimiento de reislamización “desde arriba”; en el islam suní, todos los movimientos “desde arriba” acabarían en fracaso.

La reislamización “desde abajo” sería la forma utilizada por los suníes (o sunitas). El ejemplo de el Tabligh, una organización pietista nacida en la India en 1927, serviría para “reconstruir la identidad en un mundo indescifrable, desestructurado, alienante”. Hamas, que propicia una “nueva forma de sociabilidad fundada en la ayuda y los lazos caritativos”, y el Frente Islámico de Salvación (FIS) en Argelia, que logra la victoria electoral en 1990, sirven como oportunos prototipos. No obstante, la revolución no solo se produce en el ámbito más local, pues se conquistan los espacios musulmanes en Europa. Gran Bretaña y Francia, con los ejemplos del voto musulmán y el velo islámico respectivamente, son los dos casos donde las asociaciones islamistas combaten por proclamar su “comunitarismo” y tratar de diferenciarse del “Occidente depravado”.

Posteriormente detalla la “reafirmación de los valores y la identidad católicos”, donde el método más común es la presión sobre el poder político -”desde arriba”- para combatir el laicismo. Pero, a diferencia del mundo islámico, la cultura democrática impide conquistar la “representación dominante de la sociedad civil”. Esto hace que el propósito principal sea el retorno del catolicismo “a la esfera del derecho público” después de vencer a un humanismo secular nacido durante la época iluminista, la Ilustración. De esta manera, tras el Concilio Vaticano II de 1962, que pretendía modernizar el cristianismo, los integristas católicos cambian misión y visión. No se debe modernizar la religión: se debe cristianizar la modernidad. Los ejemplos, europeos y norteamericanos, que propone Kepel dan fe del cambio de paradigma.

Del continente europeo profundiza en las experiencias de Comunión y Liberación en Italia, del modelo polaco o del contramodelo checo. La primera, que hunde sus raíces en los años cincuenta, considera que la Iglesia como institución se ha convertido “en una caja vacía”. Mientras alienta la realización intelectual y social de sus miembros, aspira a un tripe objetivo: redefinir el papel de la cultura cristiana, practicar la caridad en las áreas pobres y enviar adeptos a otros lugares para predicar el mensaje. Lo hará “desde abajo”, a través de la Compañía de las Obras, pero también “desde arriba”, aunque esta última acabará en fracaso.

Por su parte, los casos polaco y checo sirven para explicar los antagonismos dentro de una cultura democrática. Si bien Polonia se convierte en el laboratorio de la cristianización con un procesos “desde abajo” y “desde arriba”, éste promulgado por el movimiento Oasis, con cierto éxito entre la sociedad civil, en Checoslovaquia, “las convicciones democráticas de los católicos de Bohemia pesaron más que su identidad confesional” obligaron a los integristas católicos a construir una alternativa con el único objetivo de crear una sociedad de fundamento católico.

En Estados Unidos, la recristianización se hizo, como explica el autor francés, de una forma peculiar: con el televangelismo como fenómeno social. El rechazo “a los valores seculares” y el anhelo de un cambio “de la ética social” provocaron que predicadores como Jerry Falwell (con su movimiento Mayoría Moral), Oral Roberts o Pat Robertson se convirtiesen en ‘estrellas’ de la evangelización de masas. El mensaje pesimista caló en la población, entre la que se encontraban personas de clase media e, incluso, intelectuales. Esto se debe a que, para dar el paso hacia la política, era necesario que las jóvenes generaciones evangélicas tuvieran una educación universitaria notable. Pero a pesar de gobernar Jimmy Carter y Ronald Reagan, dos presidentes abiertamente católicos, los fundamentalistas no tuvieron una gran influencia, por lo que volvieron a actuar “desde abajo” para difundir su mensaje ético y social.

Finalmente Kepel introduce el “fundamentalismo judío” y su retorno al judaísmo. Los años sesenta son la genésis ideológica de los movimientos de reafirmación religiosa. La incidencia del nacionalismo sionista y la lucha izquierdista quedan eclipsadas por el “sionismo religioso”; sobre todo, después de la victoria en 1967 sobre el mundo árabe y tras los atentados de Münich de 1972. Primero, el movimiento Gush Emunim (1974-1984) será el catalizador de ese cambio a partir de una presión directa sobre el poder para la rejudaización “desde arriba”. Aun así, en la década de los ochenta, el tránsito al terrorismo frena su incidencia sobre la sociedad y el poder político. Esta desaprobación de la violencia con el fin de “precipitar la transformación del Estado” obligará, por ello, a los militantes del Gush a adoptar técnicas rejudaizantes “desde abajo”.

El paso de la Época de las Luces -la Haskalá- al arrepentimiento -la teshuvá-, tendrá más actores dentro del mundo judío. Los ortodoxos, conocidos como los jaredim, practicarán una estrategia “desde abajo” -ya desde los primeros años de siglo, con el movimiento Agudat Israel- que les permitirá, en los años noventa (y actualmente), ejercer una influencia determinante en el Estado de Israel, a pesar de las discrepancias internas entre askenazíes y sefardíes que señala el autor. Asimismo, los movimientos hasidistas -que pretenden regenerar el vínculo de los judíos con la Ley y la doctrina- como los lubavich o el Tabligh también permitirán a los sionistas una mayor influencia tanto política como social.

Con todo ello, La revancha de Dios es un ensayo que permite conocer y profundizar en los grupos integristas y “comunitaristas” de las tres religiones que, durante el último cuarto de siglo XX, quisieron cambiar la percepción -y la misión y la visión- religiosa de las sociedades, tanto desde el poder como desde la Universidad o las asociaciones vecinales y eclesiásticas. Con sus particularidades, diferencias y semejanzas, Gilles Kepel ofrece un estudio muy cuidado y documentado del nacimiento y apogeo de estos grupos reislamizadores, recristianizadores y rejudaizadores.

Con una estructura interna simple y sencilla -antecedentes, nacimiento grupos integritas, momento del auge y análisis-, cumple el objetivo de ofrecer, de forma bastante adecuada, el sentido y significación de la obra. No obstante, más allá de ello, también penetra en su lógica de pensamiento y actuación (la de los grupos comunitaristas) a través de los ejemplos desarrollados durante el libro, lo que hace de él un vigoroso, pero profundo, compendio del nacimiento de estos grupos en el siglo XX.

Y a pesar de las críticas recibidas en su momento (salió a la venta días antes de iniciarse la Guerra del Golfo) por un fallido análisis del fundamentalismo religioso, el libro de Kepel es esencial para observar el pensamiento integrista del momento y que, en la actualidad, todavía mantiene sus influencias arraigadas en las sociedades, sobre todo judía (los ultraortodoxos siguen teniendo un gran poder) e islamista (el islam ha sumado millones de adeptos en el norte de África y Oriente Medio, aunque, en los últimos años, el fundamentalismo ha derivado en violencia). Una obra necesaria, en definitiva.