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El reconocido sociólogo Zygmunt Bauman (Polonia, 1925) advierte del crecimiento de la desigualdad en un mundo cada vez más globalizado en su obra ‘Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global’. El ‘sinhogarismo’ es el fenómeno más patente de esta cruda reflexión.

El ‘sinhogarismo’ lo componen aquellas personas que no pueden acceder o conservar un alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal. Es decir, personas que “no participan en el modelo de convivencia” que exige todo sistema democrático, apuntilla Jesús Sandín, coordinador de la oenegé Solidarios para el Desarrollo. Dentro de esta realidad hay personas sin techo, sin hogar pero que viven -de forma temporal- en albergues o que malviven en viviendas inseguras (casas okupas) o inadecuadas, como chabolas.

Pero el efecto globalizador del que hablaba el sociólogo polaco no es la única causa para terminar en la calle. Los motivos son varios y diversos. Dificultades económicas, precariedad laboral o paro, problemas de salud mental o ausencia de apoyo social y/o familiar. Sin embargo, al final siempre hay un mismo patrón: “la acumulación de sucesos vitales traumáticos”, sentencia Sandín.

Desde organizaciones como Solidarios para el Desarrollo o la Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral (RAIS Fundación) se promueve la ayuda directa a este colectivo. Con el objetivo final de sacarles de las calles actúan a través de la prevención intentando detectar a estos ciudadanos antes de que lleguen a las calles o justo cuando lleguen; de la incidencia política, denunciando los fallos administrativos, y mediante la construcción de un tejido asociativo para que se revierta la situación y disfruten de un hogar donde puedan “construir un proyecto vital y sostenerlo”.

 

Este último es el más arduo proceso. La Red Municipal de Atención a las Personas Sin Hogar, que debería introducirles en un proceso de reinserción social para que, justo al iniciarlo, dejen de ser personas sin hogar, «solo propone albergues», subraya el coordinador. “Los albergues sirven como emergencia, pero después debe haber un paso más allá y no lo hay”, añade. Al fin y al cabo, los albergues son lugares donde conviven personas desconocidas entre sí con diferentes problemas y personalidades, lo que provoca un nuevo conflicto: las personas sin hogar, en la mayoría de ocasiones, rechaza acudir a estos centros.

Sin embargo, el resultado de esta elección provoca un discurso perverso y criminalizador que responsabiliza a las personas sin hogar de su situación y del deterioro del espacio urbano o de los problemas de convivencia, según las oenegés. “La administración, que al final es igual que la sociedad, tiene un desconocimiento de estas realidades”, señala José Aniorte, gerente de RAIS Fundación en Madrid. “La ciudadanía juzga con el objetivo de que estas personas no estén a la vista”, añade. En definitiva, la sociedad tiende a invisibilizarles.

Otra de las consecuencias de este rechazo es la hostilidad o violencia hacia las personas sin hogar. Aunque el Observatorio Hatento denuncia que España no cuenta con cifras sólidas para conocer la incidencia de delitos de odio contra los ‘sinhogar’, los últimos datos manejados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2012 hablan por sí solos: el 50,6 por ciento de estas personas se han sentido discriminadas y, el 51 por ciento, han sido víctimas de delitos.

Desde las organizaciones también se critica que no hay voluntad política para coordinar a las partes [políticos, comerciantes, asociaciones de vecinos y personas sin hogar], sino que directamente, “las personas sin hogar molestan”, se lamenta Sandín. De esta forma, lo que se busca es justificar el mobiliario hostil que existe en ciudades como Madrid. Este mobiliario, también conocido como ‘arquitectura defensiva”’ se observa en diferentes plazas y calles de la capital.

Las nuevas marquesinas con separadores en los asientos que, aunque se ajustan a la ley existente, calificadas como ‘antimendigos’ en las redes sociales; las tres sillas unipersonales que se hallan en la amplia plaza de Callao o la ausencia de asientos -públicos, que no privados- en la plaza Jacinto Benavente; o la remodelación de la plaza de Soledad Torres Acosta, donde se han eliminado los espacios para que los ‘sinhogar’ puedan descansar, son algunos ejemplos de la capital. Pero también hay otra grave deficiencia, la falta de urinarios públicos: “No solo daña a este colectivo, sino al resto de ciudadanos”, indican desde las organizaciones.

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¿Pero existen soluciones? Desde Solidarios para el Desarrollo proponen tres para acabar con el ‘sinhogarismo’ y la exclusión social. En primer lugar, concienciar a la ciudadanía para que no vean a estas personas como las culpables de su situación, sino como víctimas. En segundo, la prevención señala anteriormente. Y, finalmente, permitir a estos individuos el acceso al trabajo y a la vivienda.

Con respecto al acceso a la vivienda, RAIS Fundación propone un modelo eficaz para que estas personas dejen las calles: el modelo ‘Housing First’. A través del proyecto HÁBITAT, la organización hace posible que individuos con un perfil más desestructurado (es decir, que llevan más tiempo en la calle y sufran problemas de salud mental, adicciones o discapacidad) tengan directamente una vivienda, un alojamiento. “El único requisito es que abran la puerta al educador social una vez a la semana”, indica Pepe Aniorte.

Esta iniciativa, que se financia través de la casilla -opcional- del 0,7 por ciento que incluyen todas las declaraciones de la Renta, comenzó a desarrollarse en agosto de 2014 y es pionera en España, con ocho casas en Málaga y diez en Madrid y Barcelona. La idea principal, y última, es que las personas sin hogar adquieran una mayor estabilidad tras una exclusión social extrema.

El castigo que sufrió Sísifo al tener que llevar, una y otra vez, una piedra hasta la cima de la montaña para que, antes de culminarla, la piedra volviese a rodar hacia abajo, sirve de analogía para comprender los esfuerzos de estas organizaciones para sacar de las calles a las personas sin hogar. Aun así, los progresos “radicales” del modelo ‘Housing First’, según Aniorte, invitan a pensar que no todo está perdido, y que estas personas sí pueden ser capaces de salir de una situación indigna.